Si pudiésemos graficar lo que nos pasa, diríamos que “tenemos un agujero en nuestro ser”, una especie de ruido blanco que nos impide escuchar nuestro interior.
A partir de ese instante, intuimos que algo se quebró en nosotros al perder nuestro punto de apoyo.
Nos apreciamos diferentes, como si todo lo demás nos pesase más que antes. Es por eso que quizás nos encontramos en situaciones similares a las del pasado, pero las vivimos con mayor intensidad y emocionalidad.
Lo primero que podemos hacer cuando nos sentimos así, es hablar con alguien. Las palabras son un puente que nombra algo de lo inefable que nos aqueja. Es imposible decirlo todo. Sin embargo, el solo hecho de hablar sobre lo que nos pasa y sabernos escuchados, es un acto terapéutico.
El dolor nos aísla y nos encierra en nosotros mismos. Creemos que la solución está en la compulsión de pensar una y otra vez sobre lo mismo. En realidad, solo estamos retroalimentando un patrón de soluciones que forman parte del problema. Y es comprensible que eso pase, pues en la acepción más general de la palabra “dolor”, concentramos nuestras energías en cicatrizar la herida.
En esta línea de pensamiento, consultar con un profesional de la salud mental le agrega un plus de valor a dicho acto terapéutico. El sabernos recibidos por una persona entrenada en “escuchar más allá de lo que decimos”, nos ayuda a mirarnos y a ver las cosas desde otra perspectiva.
Nombrar y elaborar el dolor en el vínculo terapéutico, y mirarnos para ubicar dónde estamos y hacia dónde queremos ir para ser y estar, nos da la posibilidad de transformar el padecimiento en resiliencia. Así, podremos remendar algo de ese “agujero” con las palabras que damos y recibimos en el encuadre psicoterapéutico.
Hasta el próximo posteo. Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
Sanar el dolor a partir de la palabra, tan cierto como necesario...
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