Cuando nos decidimos a cambiar de rumbo, se nos abren caminos que en un principio pueden carecer de lógica. Sin embargo, son tales nuestras ganas de avanzar, que nos vemos poseídos por un espíritu de avidez irrefrenable y sometido a la voracidad de nuestro deseo. Nos adentramos en una nueva travesía sin saber muy bien por qué ni para qué. Sólo tenemos la vaga intuición de que queremos estar mejor.
Para viajar, no siempre necesitamos movernos. En el árbol, tan quieto y sereno, se afirma la vida como en ningún otro ser viviente. Desde esta metáfora, podemos aprender de su ejemplo. En principio, sólo basta con poner los pies sobre la tierra para desplegarnos en el firmamento.
A propósito, la palabra humildad viene del latín humus, que se traduce literalmente como “tierra”. No se trata de una humillación ni de una falsa modestia. No es “hacerse el buenito” para caerle bien a los demás. Es conectarnos con nuestro barro, sabiéndonos receptáculos de nuestros defectos y virtudes para luego elevarnos.
Y quizás esté bien que sea así. No tenemos que corregir todo como si nos estuviesen tomando examen para portar el derecho de vivir. Algunos se podrán enojar por esta actitud. En esos momentos citaremos a Cervantes diciendo: “ladran Sancho, señal que cabalgamos”.
Eduardo Galeano, en uno de sus relatos, cuenta la historia de una niña que ingresaba a su nueva escuela luego de haberse trasladado a una gran ciudad. La cuestión es que a la niña le costaba hablar. Era muy tímida y se le hacía muy difícil interactuar con sus pares. El tiempo transcurrió favorablemente, gestando nuevos espacios de confianza y expresión. Fue tal el cambio que, maravillado, uno de sus enseñantes le preguntó: “¿por qué ahora no paras de hablar?”. Raudamente, la niña le contestó: “es que perdí el miedo a equivocarme, maestro”. Este tipo de respuestas merecen una aprobación sin examen.
Es eso, conocernos. No para humillarnos, sino para ser humildes. Nos amigamos con nuestros errores, reconociendo el lugar y el momento en el que estamos. Para crecer y nutrirnos de lo bueno (lo que nos hace bien), nuestras raíces tendrán que ir a lo profundo, identificando allí lo que nos hace únicos más acá, para luego desarrollar nuestra singularidad en el más allá (lo que nos enaltece).
La lluvia, la tierra, el sol, en otras palabras, lo que nos llora, nos ensucia y nos quema, es también lo que nos lava, nutre e ilumina. Con eso, con lo poco o mucho que tenemos, seremos en las alturas y los abismos; daremos sombra y oxígeno, y nos afirmaremos como un punto de apoyo para todos aquellos que quieran reposar en nosotros. Así nomás somos. Ni mejores ni peores que nadie: simplemente auténticos.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
Ser autenticos es lo mas dificil en nuestra sociedad. Muy bueno tu mensaje
ResponderEliminarAgustín...hermoso lo que escribistes, muy profundo,una gran verdad
ResponderEliminarMuy bueno,y una manera clara de vernos como somos.graciad Agustín,nos das mucho en ese párrafo
ResponderEliminarCada uno tiene su forma de ser auténtico y eso nos hace especiales. Saludos
ResponderEliminarHola. Les comparto e invito a un taller de poesía que imparto. Ver en Facebook: Poesía Trascendental. Taller permanente.
ResponderEliminarInstagram: rosaoso33. Gracias.
Eugenia Osorio