Hoy
hablaremos sobre el perfeccionismo, una modalidad que, ante las demandas
sociales, familiares y culturales, tendemos a incorporar en nuestra rutina, al
punto de confundirla con nuestra forma de ser.
Definimos
al perfeccionismo como la tendencia a querer alcanzar resultados “sin fallas”,
replicando con exactitud lo que nos habíamos propuesto en nuestra mente. Por
medio de este resultado, esperamos el reconocimiento y la valoración del otro.
Partimos de la premisa de que, “si lo que hago es valorado, entonces soy
valioso”. De alguna manera, medimos nuestra autoestima con la vara de la excelencia,
y con la imagen que los demás reflejan de nosotros.
Supuestamente,
esa meta nos va a completar al punto de cancelar nuestro deseo (imaginemos que
todos nuestros deseos se “cumplen” y estamos completos, ¿qué queda luego?). El
problema de esta tendencia es el sufrimiento que conlleva, ya que la perfección,
en cuanto ideal, es un imposible.
Estructuralmente,
el ideal nos mueve a avanzar cual horizonte de expectativas. No obstante, y
siguiendo con esta metáfora, a medida que nuestros pasos avanzan, lo mismo
sucede con el anhelo. Lo bueno de que nos falte algo, es lo que nos impulsa a
movernos.
Del mismo
modo, tampoco es factible imitar lo pensado en lo real. Al estar mediadas por
los símbolos, las “cosas se pierden”. Son “cosas habladas”, conceptuales,
simbólicas. A esto me refiero con que siempre “nos falta algo”. La realidad es
la significación de lo que percibimos, por eso es que hablamos de “realidad
psíquica” y no de “realidad” a secas.
La palabra no escapa a esta regla: lo que ya dijimos
tampoco es replicable. Nuestra significación de las cosas cambia en cada
enunciación. Es imposible decir lo mismo aunque nos empecinemos en ello. Las
palabras pueden ser las mismas, pero no su significación. Cuando buscamos
revivir una vivencia, estamos buscando un imposible, pues la interpretación de
la experiencia será otra. Ni mejor, ni peor: otra.
A fin de
cuentas, no importa tanto esa línea de llegada, sino lo que vamos encontrando en
el trayecto. Lo que nos sorprende, lo contingente, lo podemos descubrir en
forma tangencial a nuestros planes. Sin perder de vista el anhelo, la
estructura y el proyecto de vida, podemos dejarle un lugar a lo creativo en el fluir de nuestra realidad cotidiana.
En medio
del caos, podremos encontrar un desorden encantador. Así, estaremos dispuestos
a flexibilizarnos y reinventarnos para nutrirnos de lo que alimenta el
imperfecto e incompleto sentido de nuestra existencia.
Les dejo una
foto que tomé en Plaza Francia, Buenos Aires.
Lic.
Agustín Sartuqui
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