A lo largo de los años me encontré en distintas situaciones que me pusieron cara a cara con la pregunta “¿quién soy?”. Cada uno de estos encuentros, me ayudó a calibrar un poco más la brújula que me guía en la búsqueda de sentido.
En este des-cubrir, me topé con algunas vivencias que me conectaban con la esencia de las cosas, junto con otras que, más allá de su encanto fugaz, terminaron siendo accesorias y prescindibles.
De igual modo aprendí a aceptar que no todo se puede. Convivir con la misteriosa intriga de lo inalcanzable, es también una forma de crecimiento interior. Y es que, a partir de esa ominosa imposibilidad, pueden surgir fenómenos tan interesantes como los que vemos, por ejemplo, en el arte.
En fin, si bien fui cerrando algunas puertas que me abrieron a nuevas experiencias (no siempre), creo fervientemente que todavía quedan muchos caminos por explorar y construir. Uno de los trayectos más fascinantes que tuve el gusto de recorrer reposan en la literatura.
Es en la lectura donde me encuentro con un caleidoscopio de sensaciones e imágenes, que me interpelan a ser el espectador y protagonista de los más variopintos entramados ficcionales. Cada vez que me acompaso con ese estado de flow, el mundo parece desvanecerse para reposarme en el poder creador de la palabra.
En el universo literario, las palabras colisionan, pausan, se tildan y
apresuran, o se estorban y ausentan, para luego agruparse en un cosmos de
vivencias revelador. A partir de allí, cada vuelta de página cobra un semblante
único. Este efecto mágico comienza cuando las palabras dejan la tinta y se
apropian de nuestro mundo interior.
Si me preguntan por un escritor que mueve los hilos de mi alma, ése es Julio Cortázar. En él encontré una especie de alter ego; un aliado que se anticipa a lo impensado, nombrando alegrías y zurciendo heridas. Julio es de esas amistades que me visitan cuando necesito estar solo y acompañado al mismo tiempo. Él es mi “amigo invisible”.
Siempre admiré la rebeldía e ironía con la que desarrolla sus relatos, desmembrando y subvirtiendo el desenlace lógico de lo narrado. Principalmente, es en sus cuentos donde puedo encontrarme con ciertos rastros de impunidad literaria.
En efecto, las historias de Cortázar suelen iniciarse con el engaño del sentido común. Acto seguido, en una especie de trance hipnótico, comienzan a despegar sutilmente hasta depositar al lector en una cuarta dimensión. Algo así como una realidad situada entre el sueño y la vigilia; o un “espacio transicional”, al decir del psicoanalista inglés Donald Winnicott.
En ese lugar de ensoñación, los relatos adquieren el matiz de un juego cuyo desenlace es a libre interpretación. El lector, en su estupor, vuelve a la vigilia con la urgencia de escribir un final que está al caer.
Cualquiera sea la conclusión con la cual rematamos el cuento, Cortázar nos da el visto bueno insinuando que eso era lo que quería decir. Situación ilusoria, por supuesto, que nos calma frente a esa incompletud estructural que habita en nosotros.
Los invito a ser parte de esta experiencia terapéutica que es la lectura. Puede ser Cortázar o cualquier otro. Da igual si lo que leemos nos moviliza.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
Leer es una forma de elevar el alma!! Celebro tu pasión absoluta por la lectura!!
ResponderEliminar¡Excelente conclusión! Y así como la lectura es una terapia, también es ese habitar en la existencia humana atemporal que tiene algo de sanador en el comprender este estar-aquí. Un saludo.
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