Retomando
lo que escribí en el primer post, me gustaría realizar algunas puntuaciones
sobre la libertad y la elección cuando padecemos nuestra realidad. Muchos de ustedes me dirán que no todo depende de la voluntad, que
hay circunstancias que nos exceden y a las cuales jamás les encontraremos “solución”.
Desde esta lógica, hay algo que se resiste a ser cambiado más allá de nuestro
querer.
Por
supuesto que en nuestra singularidad cargamos con un bagaje de vivencias que es único
e intransferible. Cada historia, trabajo, experiencia vincular, lugares donde
nos encontramos, ámbitos que frecuentamos, entre otros, configuran nuestro “mapa
vital”; una especie de registro que nos dice de dónde venimos, en dónde estamos
y hacia dónde vamos (o queremos ir).
En primera
instancia, preguntémonos si ese mapa refleja exactamente nuestro terreno (lo
que somos), o si es una mera representación de lo que creemos ser.
O será que,
desde ese “afuera”, encontramos una “carta de presentación” relativamente
estable para mostrar en nuestro círculo social. Nos observamos desde la
seguridad de ser vistos bajo el manto de una “identidad” unificada y predecible.
En otras palabras, nos movemos acobijados por el saber qué vemos cuando nos ven
los demás.
En esa
posición subjetiva cosas que nos hacen bien y otras que no tanto. Es un lugar
difícil de abandonar ya que, si bien lo padecemos, nos abruma el hecho de
cuestionar y fragmentar una realidad ya conocida para aventurarnos a lo incierto
y aleatorio.
En este sentido,
¿qué es lo que nos interpela a mirar ese mapa, al punto de llegar a
problematizarlo como un tema que nos aqueja? Segundo, ¿qué es lo que podemos
hacer frente a ello? Y luego, si nos alejamos, ¿qué le diríamos a un amigo que
se encuentra en ese lugar?
De algún
modo le damos importancia a esa realidad porque hay algo de ese contexto que
nos define, que nos dice quiénes somos (o, mejor dicho, quiénes creemos ser).
No se trata de un
voluntarismo del “querer es poder”. Es más bien una desmitificación de esa
fábula que nos han y hemos narrado una y otra vez sobre nuestro ser. En última
instancia, diría que el problema no es el relato de los otros. Más bien, somos
nosotros los que nos ubicamos en el lugar de recibir y creer en esos dichos, al
punto de condicionar nuestro presente e hipotecar nuestro futuro pergeñando las
famosas “profecías autocumplidas”.
Agrietar ese relato
para dar lugar a otro guión, es ejercer un acto de libertad hacia lo
desconocido. También es la elección de tomar la iniciativa y (re)configurar un sentido
que cartografíe nuestro deseo.
Son ejercicios
terapéuticos que nos alientan a elaborar lo que, en el fondo, es inconsciente.
Inconsciente porque no es conocido. Sabemos lo que nos pasa, pero no por qué
nos pasa y qué es lo que podemos hacer o decir frente a ello.
Lo que nos vincula a
aquello que nos interpela, es lo que nosotros interpretamos (significamos) de
ello. En el proceso terapéutico, se da un diálogo donde reconstruimos el
problema para luego desarrollar las estrategias subjetivas que lo desmitifican
y desarman. Por medio de dichos cuestionamientos, actuamos para situarnos en
otro lugar. Nos ubicamos en una posición distinta a aquella por la cual nos
creíamos predestinados. En efecto, la psicoterapia nos recuerda que algo
podemos hacer con nuestro deseo.
Para despedirme, les
dejo la imagen de un cuadro que pinté en acrílico hace ya algunos años. Nos vemos en el próximo post. Los
saluda,
Lic.
Agustín Sartuqui
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