En la prisa de los tiempos que corren, nos pesa cada vez más el yugo de la puntualidad. Estamos inmersos en una cultura capturada por lo virtual, donde los dispositivos de última generación nos envían notificaciones que demandan la disciplina y el hábito del deber-ser-a-tiempo.
En el mar de la precisión, navegamos en un presente continuo y a merced de una corriente horaria que señala la dirección de un inexorable destino. Este tiempo mensurable, objetivo y preciso, sucede en un encadenamiento de instantes cargados de actualidad. La relación lineal de causa y efecto, le imprime un sesgo racional-explicativo a lo que nos acontece. Es así que un “ahora” reemplaza a otro, siendo el pasado lo que explica el presente, y el presente lo que causa el futuro.
Un fiel reflejo del avasallamiento cronometrado, lo encontramos en preguntas como éstas: ¿Para cuándo el hijo? ¿Qué esperas para cambiar de trabajo? ¿Cuándo te vas a recibir? Y la lista podría ser tan larga como nuestra imaginación.
Frente a este interrogatorio, advienen los siguientes interrogantes: ¿En qué nos basamos cuando le ponemos plazos a nuestros proyectos? ¿Quién dice que las cosas tienen que ser en tal o cual momento? Además, ¿por qué elegimos eso y no otra cosa? ¿Realmente nos hace bien escuchar y responder a los mandatos ajenos? ¿Son aquellos nuestros proyectos? Quien nos consulta, ¿se plantea de dónde viene esa exigencia?
No tendría por qué afectarnos una imposición con la cual no acordamos. Si tal fuera el caso, el inconveniente reposaría en el otro. El problema está cuando nos hacemos eco de esos pensamientos ajenos. Allí es donde tendremos que deshilar nuestras creencias y conectarnos con nuestra voluntad. Sólo de este modo podremos entrar en la frecuencia del tiempo lógico.
El tiempo lógico es el que, valga la redundancia, responde a la lógica de nuestro deseo. En la realidad psíquica, hay tiempos que se hacen eternos, y otros que se detienen o avanzan fugazmente. Lo paradójico de esta lógica es la sinrazón que suele habitarla. Una lógica como la que hallamos en los sueños, sólo adquiere sentido dentro del surrealismo que gobierna la vivencia.
Es un tiempo que pugna por ser vivido en la decisión subjetiva del despertar. ¿Despertar de qué? Del sopor de vivir según los condicionamientos de las convenciones sociales y las modas superfluas.
Haciendo un juego de palabras, podemos decir que los tiempos que corren nos corren de nuestro tiempo, deshumanizando la subjetividad y haciéndola objeto de una demanda temporal.
Pensar más allá de lo actual, es un acto de rebeldía frente al paradigma de lo inmediato, de la prisa y la urgencia. Es crear un espacio lúdico y creativo para cuestionar las verdades apalabradas, planteando alternativas que parodien la exactitud horaria. Palabras que, además de ser conceptos abstractos, se materializan en el cuerpo y el acto.
Los
saluda,
Lic.
Agustín Sartuqui
No entrar en el juego y cuestionamiento del mandato externo es posible, no siempre es fácil , supone un continuo ejercicio de voluntad y seguridad personales, me gustó mucho este post!!
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