Desde el sopor de la quietud, anhelamos un “golpe de suerte” que gire nuestra barca en una dirección opuesta a la del viento. Al parecer, esto no es más que una ilusión que nos mantiene a flote, pero sin remarla.
En este juego de azar, somos una especie de accesorio del destino, una
botella en el mar pero sin mensaje. Nos gobierna la voluntad ajena, y nos
conformamos con sobrevivir o, simplemente, con no tener sobresaltos. Tentados por
el dios de la comodidad, transcurrimos los valiosos años de nuestra vida con la
impresión que nos da una mala fotocopia. Quisiéramos recargar las tintas, pero
no sabemos en qué ni cómo.
Sin embargo, hay algo dentro nuestro que no se rinde ante la adversidad. Nunca es tarde, porque tarde es cuando nunca; y bien sabemos que la posibilidad realizada es lo que ocurre cuando estamos en carrera, más que cuando llegamos.
Es la proyección hacia el futuro de un pasado en el presente lo que nos hacer ser. En este despliegue, nos constituimos en la espontaneidad existencial, arrojándonos a lo imprevisto, y sin pensarlo tanto. Como dice el maestro Charly García en su canción “Desarma y sangra”: “pensando en el alma que piensa y por pensar no es alma; desarma y sangra”.
Desarmar un poco nuestras defensas y animarnos a enfrentar al dolor para hacer algo con lo que tenemos y lo que somos. Éste es nuestro mayor baluarte: ver qué nos dice el dolor del alma, cuál es su mensaje encriptado, ésa es la cuestión.
No por casualidad los griegos nombraban a la “personificación del alma” como psyche. Nuestra mente es la ventana de nuestra alma. Desde dentro, miramos a su través lo que ella nos permite ver.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui.
Excelente!!!
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