En la aurora de los buenos augurios, un resplandor amanece en mí, ladeándose entre mis entrañas como pluma en la brisa.
Cúpula de cristal diáfano, protégeme del calor y el frío que no queman. Atraviésame de sentido; cual flecha de Cupido, enamórame de la vida. Encántame con el lucero de los días que, vestidos de sombra, se contemplan cerrando los ojos. Dame la gloria de los que saben perder, ganando el reconocimiento en lo no conocido.
Concédeme los siguientes deseos:
Conseguir un trabajo que no lo parezca, o que cueste trabajo dejar. Que la reflexión flexione cuando la conciencia consienta, y que el arte sea la norma de romper las reglas. Amarme como nadie, aunque Nadie me sienta, sin la espera del verbo ajeno conjugado en un pasado simple.
Auscultarme cada dos por tres, o cada dos por cuatro mientras mi alma baila un tango. Enseñar algo que no sepa que lo sé. Respirar el aire de los que viven intentando sin morir con la vida por estrenar.
Buscar el protagonismo en las gradas vacías, reescribiendo una obra con faltas de ortografía.
Que la moralidad se escabulla del pensamiento de turno, y que la ética me acompañe en las buenas y en las malas. Resbalar en la arena y afirmarme en el hielo. Desafiar las leyes de gravedad, dejándome caer en lo que habita en mí.
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