Me gustaría retomar el tema de la búsqueda de sentido. En la realidad en que este sentido se aloja, nos encontramos con hechos que están atravesados por palabras. Una y otra vez, estos hechos se escabullen de su realismo para reposar en la singularidad de la vivencia.
En ese plano, el entramado de historias que nos circundan y modelan, se muestra en la inquietud de una búsqueda deseante. Es decir, a sabiendas o no, anhelamos un punto de convergencia que materialice los vectores que trazamos desde la intención.
En el devenir de esos símbolos que se aproximan y retiran como la marea - inspirándonos calma y, a la vez, fuerza -, procuramos no inundarnos por los acontecimientos próximos a elaborar en nuestra psique.
Desde este transcurrir, la constante que nos define es el cambio. Por tal motivo es que nunca recordamos un mismo hecho de igual manera. El tiempo sucede y así también lo hacen las interpretaciones que realizamos desde un contexto histórico-personal cambiante. Un cambio que se plasma en nuestro cuerpo formado y humanizado por las historias; relatos que nos contamos sobre nosotros, los demás y nuestro entorno. Es una búsqueda de bienestar a pesar de, siendo el “de” el exceso que sobrepasa nuestra capacidad de elaboración (los acontecimientos que nos inundan).
Entonces, a pesar de la imperfección que emana de la búsqueda de sentido, hay algo que pulsa con los más diversos ropajes. A veces será algo abstracto que no podemos dejar de contemplar. Algo lindante con lo bello, lo espiritual, lo sublime, etc. Otras, un placer que se confunde con el dolor y nos hace esclavos de nuestro afán repetitivo. Recordar, repetir y elaborar; eso es lo que nos transmite Freud desde su experiencia en el consultorio, para lidiar con esos extremos estéticos y dolorosos de nuestro apalabrado inconsciente.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
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