Un tema
de actualidad que está muy presente entre nosotros, y que no siempre adquiere
la visibilidad que se merece, es la epidemia de las “enfermedades” mentales
ligadas al contexto de pandemia. En una situación donde se combate lo físico
con la artillería de las ciencias médicas, lo mental adquiere un status secundario
y relativo que sólo es abordado cuando la intervención se hace inminente e
impostergable.
Claramente,
las medidas gubernamentales implementadas para combatir la propagación del
virus, en su formato de cuarentena, han tenido profundas incidencias en la
salud mental de gran parte de la población a nivel mundial.
Paradójicamente,
es muy probable que sea luego de las restricciones sanitarias - la llamada
“vuelta a la normalidad” - cuando veamos en su máxima extensión los
efectos que acarrea el confinamiento sobre la salud mental de la población. En
este sentido, “solucionar” el aspecto somático no garantiza el cese de las
consecuencias a través de las cuales intentamos elaborar aquello que insiste y
nos desborda.
Ahora
bien, ¿Cómo circunscribir algo que posiblemente sea un recurso subjetivo
tendiente a la sanación frente a lo extraordinario? Algo que años atrás
hubiésemos catalogado como ciencia ficción, hoy se nos presenta en el ensueño
de una realidad paralela que tiene sus propias reglas en este juego de
supervivencia. Lo que en un principio se manifestó como algo translúcido y
lejano, hoy adquiere la proximidad y corporeidad de un relieve que demarca la
finitud y las limitaciones de la vida humana.
Dentro de
este panorama, luchar contra la imposición del encierro, de la soledad y el
distanciamiento, es imperiosamente necesario. Utilizar los recursos que están a
nuestro alcance para hacer más asequible lo inviable, es el chaleco salvavidas
que necesitamos para salir a flote. Por el contrario, sublevarnos
contra esa reacción sana del psiquismo, redundaría en un malestar que nos puede
paralizar frente a aquello que clama por posicionarse de otra manera; aquello
que nos oculta de la amenaza y la incertidumbre que arrojan las medidas
sanitarias para la prevención de los contagios.
No es una
revelación del orden de la desobediencia civil. Es, más bien, un de-velamiento
que quita el velo de lo pre-pandémico, revelándonos una nueva forma de ser y
estar en el contexto actual. Abrir los ojos frente a lo nuevo que nos convoca,
romper con viejos estereotipos que resultan disfuncionales a nuestro deseo, es
la rebeldía que nos sume en el bienestar.
A modo de
un íntimo mensajero, nuestra mente nos avisa que algo anda mal, enviándonos
señales que nos conmueven y conminan a hacer algo con eso que nos pasa.
Reinventarnos para implementar recursos frente a lo absurdo e inhumano del
distanciamiento, es rescatar eso que, precisamente, nos abre nuevos panoramas
que transforman los obstáculos en oportunidades.
Crear
propuestas que nos cuiden y cuiden al otro de la peste, burlándonos de las
restricciones mentales que nos limitan en nuestra forma de ser, es una forma de
resiliencia que nos ayudará a salir fortalecidos de la emergencia sanitaria.
No
tengamos miedo de encontrarnos cara a cara con la angustia. Más bien,
quitémosle el velo a ese miedo, conectándonos con ella para conducirla a
nuestro favor, sintonizándonos así con aquello que nos hace re-vivir.
Los
saluda,
Lic.
Agustín Sartuqui
Me burlo de las restricciones mentales de los demás. Las mías... bueno, no tengo mente.
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