En
nuestro infinito mundo interior, suele generarse un debate sobre qué es lo que
tenemos que hacer para ser mejores personas, pensando y obrando como creemos
que es debido hacerlo. No obstante, si bien hacemos todos los “deberes”, aun
así no sentimos la satisfacción de estar aportando algo genuino a los demás.
Frente a los reiterados “fracasos”, nos preguntamos en qué estamos fallando
para corregirnos y redoblar nuestros esfuerzos.
Es así que esperamos una recompensa, fabricando un prototipo de persona
moralmente “buena” que nos permita expiar nuestra culpa por las acciones del
pasado. Esta mirada utilitaria, nos desvía de aquello que nos permite cambiar
las cosas de raíz, para ser y estar afirmados en nuestra esencia.
La
verdadera pregunta, el quid de la cuestión, reposa en plantearnos qué
es lo que podemos aportar para generar una reestructuración de nuestra realidad
de un modo auténtico, haciendo caso a lo que nos convoca, nos apasiona, y nos
motiva a dar lo que somos y lo que tenemos.
Puede ser
que los valores convencionales nos obliguen a sobreadaptarnos a un camino
trazado en línea recta, el cual seguimos por convencionalismos, mandatos
ajenos, o por comodidad, y no por convicción propia.
Caminamos
sin saber por qué ni para qué. Pero los senderos no siempre son lineales.
En ocasiones, son caminos sinuosos a explorar; carreteras con sus avances y
retrocesos. Esto que suena fácil decirlo, no es tan sencillo hacerlo, ya que
puede escandalizar a nuestro entorno que, apegado a las buenas costumbres, nos
hace sentir el yugo de la censura.
Sin
embargo, somos nosotros quienes tenemos la última palabra frente al
determinismo discursivo que nos circunda y nos atraviesa. Esa palabra que
traspasa la censura de la represión para expresarse en un fin más elevado
vinculado a nuestro deseo. Entonces, ahí diremos a viva voz: “no hay mal que
por bien no venga”.
En el pozo podemos caernos o encontrar en lo profundo algo que sacie nuestra
sed existencial. No es el pozo, somos nosotros y nuestra manera de mirar las
cosas.
Más allá
del bien y del mal, está nuestra decisión de ser auténticos. Y en esos valores
que coartan nuestra autenticidad, podemos mostrar la mejor versión de nosotros:
la obra de arte que somos.
En fin,
valorar-nos más allá de los valores que limitan nuestro potencial para
cotizarnos como invaluables. No tenemos que mostrar nada cosificado en la
vidriera; simplemente tenemos que ser y estar cara a cara con lo que nos da
vida.
Los
saluda,
Lic.
Agustín Sartuqui
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