Una propuesta para nada sencilla es aceptarse en el sinfín de situaciones que nos atraviesan día a día. Las contradicciones internas se nos aparecen como un desgarramiento que deja a cielo abierto nuestras heridas y vulnerabilidades. La dificultad reposa en que vivenciamos parte de lo propio como algo ajeno que nos incomoda; algo que odiamos y contra lo cual combatimos resguardados en la trinchera de nuestra parte “buena”. En consecuencia, deseamos con todas nuestras fuerzas que ese escollo desaparezca para mostrarnos seguros y coherentes en los ámbitos que frecuentamos.
En este contexto, cuando nos encontramos con algo propio que nos enoja y no queremos ver, solemos depositar en el otro nuestras incomodidades e inseguridades. Este acto es una forma de negar lo que estamos atravesando para proyectarlo en los demás. En otras palabras, sea cual sea el hecho que estemos viviendo, buscamos un chivo expiatorio para salvar nuestro honor, y así dormir con la conciencia “libre de todo mal”.
Depositar en el otro lo que no queremos percibir en nuestro interior, nos da una sensación de calma pasajera. Es algo así como esconder la suciedad debajo de la alfombra, haciendo de cuenta que la casa se ve limpia cuando en realidad no lo está. Esto no resuelve la cuestión de fondo, y por eso las preguntas esenciales resurgen una y otra vez con una fuerza arrasadora: ¿Qué mirada tenemos sobre nosotros mismos frente a los demás? ¿Nos sentimos a gusto con las cosas que hacemos y decimos en nuestro entorno social?
Mirar hacia adentro es una decisión que requiere esfuerzo. Desde ya que es incómodo encontrarnos con aspectos propios que nos disgustan, y más aún tomar la decisión de mirarlos de frente, analizarlos y darles una “vuelta de tuerca”. En este sentido, la psicoterapia es la opción que nos posibilita un espacio de intimidad para ser escuchados más allá de lo que decimos. Este acto es llevado a cabo por un profesional de la salud mental que nos devuelve de una manera distinta las palabras que le enviamos, a los efectos de pensar y nombrar lo que nos incomoda. A su vez, esto nos brinda la posibilidad de tener en cuenta la raíz inconsciente de nuestra aversión, con sus implicancias en nosotros y en nuestro contexto vincular inmediato.
En esto también entra en juego ver qué podemos hacer al respecto. Por eso mismo, afirmamos que la terapia es un espacio de responsabilidad personal donde nos hacemos cargo de aquello que nos pasa y de lo que podemos cambiar en nosotros.
El primer paso es detectar aquello que nos afecta; luego, afrontarlo y mirarlo cara a cara para poder elaborarlo. En otros casos, simplemente se trata de aceptarnos con todos los matices que le dan un color único a nuestra forma de ser. Aceptar que no somos perfectos siendo que, en nuestro lado “agradable”, también habita esa herida narcisista que nos hace humanos y no dioses. Con esas imperfecciones podemos mirarnos de otra forma, sabiendo que nuestros defectos también nos hacen únicos e irrepetibles. Y quizás, desde esta postura de aceptación, podemos aportar ese condimento que le da sabor un sabor especial a nuestra presencia en el mundo: nuestro mundo y el de los demás.
Esto quizás implique replantearnos aquellos vínculos donde mantenemos una relación “tóxica”. Evaluar si es necesario repensar con quién y cómo nos vinculamos, tal vez represente un punto de inflexión para cerrar vínculos que no nos hacen bien. En última instancia, conocer, aceptar y hasta mostrar nuestros defectos, nos da la tranquilidad de ser recibidos sin la necesidad de colocarnos una máscara que recubra la verdad de nuestro ser; una verdad que se escabulle como el agua en nuestras manos, pero que podemos reconocerla cuando la palpamos y sentimos la pureza de su autenticidad. Así, en la tendencia natural de nuestra razón para dar una respuesta acabada sobre todo lo que nos pasa, podemos contestar con la incerteza de lo que no comprendemos y que, sin embargo, aceptamos y amamos.
Vivir quejándonos de la “mala suerte” – como si la vida nos debiese algo – es permanecer en la amargura de la espera pasiva, sin tomar las riendas de nuestra existencia. En cambio, disfrutar del “mientras tanto”, del proceso, es estar inmersos en la profundidad de nuestro deseo independientemente de los resultados. Arrojar los dados de nuestro destino, en un juego de azar que nos sume en la adrenalina, es animarnos a emprender una nueva aventura: la de conquistar nuestra aceptación.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
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