Una de las paradojas en la cual nos vemos sumergidos en los tiempos que (nos) corren, se refiere a la experiencia del absurdo en medio de los mandatos que la cultura nos impone. Bombardeados por publicidades y exigencias de la sociedad posmoderna – de las cuales nos apropiamos como parte de nuestra identidad –, se nos presentan “recetas de la felicidad” que prometen recubrir con certezas aquellas preguntas que se abren en nuestro ser. Es entonces que realizando tal o cual actividad, o adquiriendo un determinado objeto de consumo, nos mantenemos en la ilusión de una completud ociosa y sin compromisos.
El problema comienza cuando las cosas no se dan de la manera esperada y los sucesos parecen ir a destiempo con lo que planificamos en la agenda. Intentando recomponer esas realidades discordantes, respondemos con el acto reflejo que tiende a ordenar las cosas a los fines de escapar de lo que no tiene respuesta. El no hacerlo implicaría enfrentarnos con el caótico mundo del sinsentido y preguntarnos sobre dónde estamos parados y en qué dirección queremos ir. Es así que convertimos lo que sería una aventura hacia lo desconocido en un camino en línea recta atravesado por lo monótono y lo rutinario; un cumplir con las obligaciones en el corto plazo con el mero propósito de sobrevivir, sabiendo que el día que seguirá será parecido al anterior.
La Real Academia Española define a la palabra absurdo como algo “contrario y opuesto a la razón, y que no tiene sentido”; algo “extravagante e irregular, y que forma parte de un “dicho o hecho irracional, arbitrario o disparatado”. Asimismo, la palabra absurdo proviene del latín absurdus, siendo ab el prefijo y surdus una alusión a la palabra castellana “sordera”. En su raíz indoeuropea, lo absurdo es aquello que zumba o se susurra de un modo disonante, de tal manera que no se alcanza a comprender desde el razonamiento. Entonces, lo absurdo sería algo de lo cual nos vemos imposibilitados de escuchar con claridad, ya que estamos ante un acontecimiento que desborda nuestra capacidad de poder decodificarlo a través de nuestro entendimiento.
Podríamos encontrar un elemento común en estas definiciones y etimologías. Lo absurdo se nos presenta como algo que nuestra razón no puede absorber y ubicar en una concatenación de ideas entendibles y asociadas con lo ya conocido. Y esto nos desorienta, ya que conociendo de donde venimos, podemos ubicarnos en el presente y mirar hacia el horizonte para proyectamos hacia el futuro. Situándonos en un estrato más profundo, lo absurdo sería aquello que nos impide encontrar respuestas a la pregunta de quiénes somos y qué queremos ser, desde las base de un porqué que nos impulse a vivir con un sentido que nos oriente.
La pregunta, en este caso, ya no se dirige a lo absurdo en sí mismo. Más bien, el interrogante se traslada a lo que somos capaces de hacer cuando nos percatamos de que aquello que nos excede en la búsqueda de una explicación lógica, no tiene un fundamento racional. En otros términos, ¿podremos encontrarle un sentido al absurdo para ver nuestra vida con una mirada distinta?
Esa pregunta quizás sea la superficie de algo más profundo que nos pide a gritos un cambio de mentalidad; un replanteamiento de lo que hacemos en nuestra vida o que, simplemente, nos invita a aceptar el absurdo y vivir a pesar de él, sabiendo que nuestra historia tiene varios capítulos por escribirse.
Quedarnos estancados en la queja ante lo absurdo, ubicándonos en una posición de victimización con lo que “nos pasa”, sólo conseguirá hundirnos en la amargura, la impotencia y el resentimiento, siendo esto una descarga emocional inmediata que no modifica en nada nuestra posición subjetiva frente al problema.
Abrazar el absurdo es una manera de quitarle su poder dañino, y aceptar que no todo tiene respuesta y sucede a nuestra medida. Ya lo decía Freud hace más de cien años: el inconsciente es alógico, atemporal, no presenta ni reconoce contradicciones, y se rige por la búsqueda de aquello que le proporciona satisfacción (principio de placer). La manera que tiene de expresarse el inconsciente es a través del lenguaje simbólico, manifestándose indirectamente a través de los más variados medios, entre ellos, el síntoma que nos motiva a consultar con un psicólogo.
Hablar de nosotros en análisis es poner en movimiento a ese inconsciente que pugna por ser escuchado, construyendo un sentido a partir de las palabras que lo van nombrando. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis es algo que nos motiva a salir de la pasividad, la queja y la culpabilización, con la motivación puesta en hacer más tolerable lo que no tiene explicación. Inventar, crear, aceptar lo que nos pasa sin quedarnos callados, y hacer algo con ello, son algunos de los factores claves que nos impulsan a trascender el absurdo.
Desconectando las voces de los mandatos interiores que provienen de la cultura de lo completo, perfecto e inmediato, podemos darnos el tiempo necesario para repensar nuestra vida. Una existencia con grietas, cicatrices y sucesos que no tienen explicación pero que nos permiten alimentar nuestro proyecto de vida. Aunque no encontremos una razón que fundamente lo que “somos”, podemos saber que el absurdo es esa tormenta que nos interpela a ser y estar en un lugar mejor.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
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