¿Qué es lo que pasa por nuestra mente cuando sentimos que estamos en deuda con las metas que diagramamos en nuestra juventud? ¿Resulta haber un tiempo indicado para hacer las cosas? ¿O nos estamos excusando con la edad para no darle vida a nuestro proyecto?
En lo personal, creo que los propósitos que nos planteamos en la vida tienen dos dimensiones. Una dimensión es la objetiva, la que nos permite ver y palpar nuestro deseo hecho realidad y exteriorizado frente a los demás. La otra es la subjetiva, más relacionada con la abstracción del deseo, es decir, con la esencia de un anhelo profundo que se puede plasmar en forma concreta de varias maneras.
Por ejemplo, la necesidad de ser amado puede ser el correlato subjetivo del inicio de una nueva relación sentimental, del reencuentro con un amigo que nos hace bien, o de adentrarnos en un viaje de placer junto a nuestros seres queridos.
Como se verá, cuando tomamos el lado objetivo como única opción, nuestra estrechez mental no nos permite ver todo el espectro de las opciones vigentes que, en realidad, son las opciones manifiestas de un anhelo más profundo.
Es en este punto donde hago énfasis en la edad y en los años que sentimos que “se nos van” cada vez más rápido y con una monotonía que ya no nos sorprende. Los años, según cómo sean concebidos, pueden ser un punto a favor o un vendaval que se nos viene en contra. En este último caso, la edad se nos plantea como una excusa, un pretexto que nos ciega frente a esa gran variedad de metas y sueños que nos siguen esperando pese al paso de los años y a los impedimentos físicos que ellos pueden acarrear.
Considero que la clave se halla en transitar el tiempo de una manera distinta. Conectarnos con el tiempo interior que nos habita en lugar de medirlo como si fuese una línea recta que avanza en un solo sentido, nos relaja frente a las exigencias que nos plantea la razón. Cuando de tiempo hablamos, importa más la calidad que la cantidad. Por eso mismo, como afirmé en una publicación anterior, encarar nuestra vida contrariando las agujas del reloj, nos da la flexibilidad que necesitamos para eternizar los instantes que se nos hacen placenteros.
Y es allí donde un instante puede cambiarnos nuestra vida interior, dándonos un momento de felicidad mayor al que pudimos vivir en todos los últimos años juntos, en los cuales resonaban con mayor fuerza los lamentos por lo que fue y ya no volverá.
En realidad, lo que deberíamos mantener es la oportunidad de no dejar pasar las oportunidades. Corriendo, caminando, con muletas o en brazos de alguien, tendremos un porvenir siempre y cuando nos mantengamos con la decisión de avanzar.
Vivir trascendiendo el sentido biológico nos da ese plus que necesitamos para no bajar los brazos en ninguna circunstancia. Estando vivos de verdad, podemos hacer cosas increíbles que quebrarán los barrotes de la celda que construimos con la razón. Desde este punto de vista, el anhelo profundo e inconsciente está ahí, esperándonos para ponerlo en práctica.
Otra vez se presenta la creatividad como ese botón de emergencia frente al pesimismo que la cultura de lo descartable les propone a los jóvenes de ayer. Por el contrario, los años que ellos llevan en la piel son una fuente de sabiduría que guarda el secreto de valorar lo que realmente importa en la vida. Desde sus años vividos, estas personas tienen el privilegio de llevar en sus manos un pasado que los enriquece para vivir en plenitud el presente y proyectar sus anhelos hacia un porvenir donde lo material pasa a un segundo plano.
La mirada hacia la vejez que se propone a estas alturas de la civilización, es la de ver a nuestros adultos mayores como un sector de la población que consume menos que la sección joven. Pareciera ser que el término “viejo” es una mala palabra; algo prescindible y desechable. Pero el sistema no se da cuenta de que ellos no necesitan consumir grandes cosas para ser felices. Más bien, lo que se les aparece como lo más importante está en otro lado: lo que permanece y crece sin deteriorarse con el paso del tiempo.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
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